lunes, 8 de junio de 2009

La Intuición


La intuición puede ser más fácil de describir que de definir. No es un pensamiento y no es un sentimiento. Quizás es una clase de compuesto químico producto de ambos. Sus resultados toman la forma de juicios rápidos, generalmente sobre insuficiente evidencia para una deducción lógica. Donde la razón es pedestre y tiene que caminar paso a paso, la intuición salta, brinca, o vuela hacia las conclusiones. Es un regalo de la naturaleza y emerge donde es escuchada. Algunas personas la tienen, otras no, unas menos y otras más. Y en general, es más común entre las mujeres que entre los hombres. Las conclusiones derivadas de la intuición son a menudo asombrosamente correctas, sin embargo, no son absolutamente ciertas. Aun los mismos intuitivos han aprendido bastante de la experiencia de dudar de sus intuiciones más evidentes. De hecho, las intuiciones son de la naturaleza de las adivinanzas, y, sin embargo, ellas pueden alcanzar un alto grado de posibilidad, y al fin probar ser correctas, pero sólo los más arriesgados podrían confiar en ellas previo a la evidencia.

La afinidad de la intuición y la adivinación sugiere una manera de desarrollar y adiestrar el don. Nos hemos familiarizado con los juegos de adivinación en nuestra infancia; y es interesante resaltar que la adivinación es una cualidad natural en la mente juvenil. Comúnmente nuestros padres y profesores desalientan tanto como les es posible esta tendencia y tratan de sustituirla por el razonamiento. Ellos pueden ser muy sabios al cultivar la razón, pero ¿actúan cuerdamente al hacerlo a expensas del posible desarrollo de la intuición? Suponga que la tendencia hacia la adivinación, manifestada en todos los niños imaginativos, pudiera ser el germen de la facultad de la intuición, y que por el cultivo deliberado de esta manera de llegar a conclusiones, la intuición pueda desarrollarse realmente, ¿no tendríamos dos poderes donde ahora, por regla general, tenemos sólo uno? Si la intuición se compara con la razón como el volar al caminar, ¿no podríamos desarrollar ambos métodos de locomoción sin sacrificar el uno por el otro? Sugerimos el cultivo deliberado de la adivinación en los niños a la par con el cultivo de la razón. Deberían ser estimulados los juegos de adivinación en las fiestas infantiles, e idearse y practicarse ejercicios de adivinación en las escuelas.

Los posibles medios de desarrollar la intuición deben ser necesariamente diferentes para los adultos. Ellos no pueden revivir las tempranas tendencias infantiles, no pueden ser niños nuevamente para regresar hasta donde las dejaron de lado. Al menos los métodos no son los mismos. ¿Por qué medios puede un adulto tratar de reparar los defectos de su educación y ejercitar un don que ha sido ignorado, si no, totalmente muerto?

No puede ser pensamiento en el sentido ordinario de la palabra, tampoco puede ser sentimiento. ¿Hay entonces un proceso que no sea ni lo uno ni lo otro y, al mismo tiempo, que no sea una adivinación infantil, pero que tenga, por lo menos, afinidad con la intuición y sea capaz de producir progresivamente resultados satisfactorios? Creemos que lo hay, y le daremos el nombre de «trabajo psicológico» para distinguirlo del pensamiento ordinario, el sentimiento y la adivinación.

Usted tiene un amigo con quien ha peleado por algo más o menos intrascendente. Hay un malentendido entre ustedes, que ninguno de los dos parece poder disipar. Usted y él tratan de hacerlo, pero sus esfuerzos sólo empeoran las cosas. ¿Qué se puede hacer? Trate de hacer lo siguiente: escriba una carta, como si fuera de parte de su amigo para usted, la que lo complacería por entero si la recibiera. Ponga en ella exactamente las palabras que le gustaría que su amigo le escribiera o dijera. Descubrirá que este esfuerzo mental no es exactamente pensamiento, tampoco sentimiento ni adivinación, ya que usted tiene medios de verificar su exactitud. En resumen, es intuición deliberada o, como lo hemos llamado, «trabajo psicológico».

0 usted duda de lo que cierta gente piensa realmente de usted. Saber la opinión que ellos tienen de usted le sería de un gran valor. Quizás su futuro dependa de su juicio, pero usted no está seguro de cuál es. Nuevamente aquí hay una oportunidad para un trabajo psicológico deliberado. Imagínese que a ellos se les solicita que expresen la sincera opinión que tengan sobre usted. Escriba lo que usted imagina que dirían sobre usted si se les preguntara. Se sorprenderá de cuán diferente es el resultado de las expectativas que ahora tiene usted; y, en segundo lugar, cuán cercana a la verdad resultaría esta prueba. Algo en nosotros nunca se auto engaña, y un esfuerzo como el que acabamos de describir es un medio para llegar a nuestra propia auto revelación consciente de la verdad sobre nosotros.

Una de las experiencias más comunes de la vida es la de ofender y ser ofendidos sin intención. Gente valiosa nos decepciona en algo, haciendo que desistamos de futuras relaciones. Sin saber por qué, nos alejamos. Por otra parte, gente que se interesaba en nosotros deja de hacerlo. No sabemos la causa de su frialdad o indiferencia y lo atribuimos a capricho. En ambos casos un poco de esfuerzo psicológico lograría posiblemente resultados clarificadores.

Si se encuentra en el primer caso, intente deliberadamente descubrir que es lo que lo alejó de sus amistades y, de la misma manera, imagine lo que él o ella debiera haber hecho o debería hacer para recuperar su estimación. No es suficiente que usted sepa que desea ser tratado de forma diferente, usted debe saber exactamente cómo deseaba o desea ser tratado. No es de importancia alguna que su amigo debiera actuar sobre la base de este descubrimiento, usted no necesita decirle lo que debiera o debe hacer. Que usted lo haya comprendido ya tiene suficiente valor en sí mismo.

En el segundo caso, debido posiblemente a haber sido mal interpretado, repase los incidentes de la última reunión con esa persona haciéndose estas dos preguntas: ¿Qué esperaba de mí en ese momento mi amigo, y qué le di yo? El esfuerzo para responder estas preguntas sinceramente no es sólo un ejercicio de intuición, sino que incidentalmente ayudaría en la aclaración de antiguos malentendidos y prevendría nuevos. Varios ejercicios similares se le ocurrirán a quien estudie esto con seriedad, teniendo todos un valor práctico inmediato, retirándolos de la categoría de juegos, y además tendrán un valor de desarrollo personal que incluso trasciende su valor inmediato. En resumen, comparten la naturaleza de la doctrina cristiana tan enseñada y tan poco practicada: “Haz a los otros lo que te gustaría que te hicieran a ti”. Nunca podremos ser cristianos practicantes usando sólo la razón y el sentimiento. Unicamente por medio de la intuición entrenada podemos llegar a la verdad de cómo quisiéramos ser tratados y cómo debiéramos tratar a nuestro prójimo.



A. R. Orage.



Traducido y extractado por Patricia Zárraga de
"Psychological Exercises & Essays"
Samuel Weiser Inc.

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